¿Qué les estamos enseñando a los niños de México?

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No es difícil encontrarlos. Algunas veces trabajan con sus padres, casi siempre en el sector informal, pero también los hay de clase acomodada, en empresas familiares pero formales, que van al negocio todos los días y lo conocen casi desde el día en que nacieron. Otros son naturales: no hay empresarios en la familia, pero ellos venden todo lo que pueden en la escuela, compitiendo con la papelería y la cooperativa. Algunos otros, quizá por falta de capital, no de ingenio, dan asesorías a sus compañeros, y en algunos casos hacen sus tareas a cambio de una remuneración.

Donde hay necesidades no satisfechas y la posibilidad de una transacción de mutuo provecho, siempre habrá un cliente y un emprendedor. Sin embargo, hay cierto estigma social alrededor del emprendimiento. Muchos padres preferirían que sus hijos consiguieran un empleo y no tomaran riesgos empresariales. Al tío emprendedor lo ven como este cuate mitad soñador y mitad loco que siempre anda sableando gente para hacerse de capital, a quien los negocios no siempre le salen bien y por eso  no tiene una situación económica tan estable.

La verdad es que no hay una escuela real para ser emprendedor. Las escuelas de administración de negocios suponen, muchas veces, que existe un mercado establecido, una empresa que requiere de institucionalización y controles, y una joven heredera que tendrá que poner orden en un relajo familiar, pero rentable en el fondo. Muchas veces el conocimiento que reciben los emprendedores está entre la sección de autoayuda y la de psicología clínica de las librerías, una mezcla de pensamiento mágico y ‘echaleganismo’. Nadie te prepara para lidiar con contratos, abogados, corridas financieras, sesiones de estrategia, hacer operativa la estrategia, y resolver conflictos con socios, proveedores y clientes. Ahora que están de moda los entrenadores de negocio (coaches) aprendemos que el 80% del éxito es trabajo duro, 18% estrategia y 2% inteligencia, pero nadie te dijo eso cuando ibas a la escuela.

Hay que dejar ser a los pequeños emprendedores. Hay que enseñarles cómo llevar una contabilidad mínima, cómo establecer su misión y visión, y cómo ser honrados y decentes en sus negocios. Hay que explicarles que también hay que pagar impuestos. De hecho, Warren Buffett, fundador de Berkshire Hathaway y uno de los inversionistas más sagaces del mundo, paga su impuesto sobre los ingresos en Estados Unidos desde que sus primeras acciones ganaron utilidades, que fue cuando era un niño. Trump lo quiso usar de costal de golpes en la campaña, diciendo que gente como él no pagaba impuestos, y Buffett calló al presidente estadounidense mostrando sus declaraciones de impuestos de 50 años y sugiriéndole que debería hacer lo mismo.

A los niños en Japón, desde hace mucho tiempo, les enseñan a entender la tecnología desde muy pequeños. A los niños en Corea les enseñan a leer un contrato, a entender una corrida financiera de un crédito o de un valor, desde muy pequeños. A los niños en Estados Unidos les enseñan cómo funcionan las instituciones del Estado, de manera que puedan discernir entre el bien y el mal, y que conozcan todos los instrumentos a su alcance para lograr su máximo potencial. En Alemania la educación se centra en un modelo tecnológico, institucional y de valores. ¿Qué le vamos a enseñar a los niños en México? Espero que no les enseñemos a robarse la luz y a vivir bajo el tradicional “el que no transa no avanza”. Somos mucho mejores que eso.

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