Por Sergio Francisco Chapela Preciado
¡Atención pelotón! ¡Preparen! ¡Apunten! ¡Fuego!
¡Ahhhhhhhhhhhhhhh! ¡Por fin señor, tu bendita luz ha venido a rescatarme de esta maraña de dolor que estaba a punto de enloquecerme! Perdónalos, tu bien sabes que no saben lo que hacen. Es increíble que torturen y maten en tu nombre, con tanta saña. ¿Qué puede tener de Santo un tribunal que le arranca la confesión a un desvalido cristiano, sometiéndolo a las más espantosas torturas? Me dijeron que me hacían sufrir para que mi alma obtuviera la salvación, pero no buscaban el arrepentimiento de mis pecados, sino información que condujera a las tropas reales, hacia los líderes de la insurgencia, hacia los almacenamientos de armas y municiones y hacia las fuentes de financiamiento, pero además se atreven ¡a contradecir tu palabra! Si tú enviaste a tu hijo a pagar con su sufrimiento por todos nuestros pecados, ¿por qué estos cretinos se empeñan en hacernos creer que te equivocaste, queriéndonos hacer pagar con sufrimiento propio? Tal vez fueron seducidos por Luzbel para ponerlos en tu contra, sólo así se explica que defiendan con tanto ahínco la permanencia de un régimen de explotación esclavista, a todas luces, inhumano, y nos excomulguen a los que queremos formar una patria donde todos y cada uno de sus habitantes vivan del producto honrado de su trabajo. Me pusieron ácido clorhídrico en las palmas de las manos y luego me las rasparon con un cuchillo para desungirme los Santos Óleos con los que fui ordenado Sacerdote Católico, ¡ya te imaginarás el ardor y el dolor que eso provoca! ¡y ni que decir del potro, ese instrumento diabólico que te revienta todas las coyunturas lentamente!, pero, ¿qué te cuento a ti, que conoces el inmenso sufrimiento de tu hijo en el viacrucis? Lo cierto es que todo ese dolor se terminó en el preciso momento en que una bala me liberó de la prisión del cuerpo y tu infinita luz de amor me tomó en su aposento, el dolor que no se me acaba de retirar, es el de ver que mi hijo, la sangre de mi sangre, actúe contra los principios de libertad por los que yo ofrendé mi vida, por eso te pido perdón, querido Padre, nunca debí haber engendrado hijos de los que no me haría cargo, pues al no educarlos y dejarlos a la vera del camino, se formaron con la ideología del que los cultivó, por eso no puedo calificar a mi hijo, Juan Nepomuceno Almonte, de traidor, porque él fue formado por su padre putativo, para obedecer y defender a los reyes de España, en todo caso, el único culpable de tal contrariedad, soy yo, y de eso me arrepiento profundamente, me faltó carácter y voluntad para cumplir con mi promesa de celibato, o bien, para reconocer públicamente mi falta, retirarme del sacerdocio y cumplir cabalmente como padre y esposo, pero en vez de eso, actué igual que la iglesia, hipócritamente, en defensa de mis espurios intereses, y consiente de ello, te pido perdón. ¿Qué podría reclamar del comportamiento de mi hijo José Vicente Morelos y Ortiz, producto del amor infinito que profesé por mi María Francisca Ortiz, si mi captor, el Capitán de las fuerzas realistas, Matías Carranco, lo educará como padre putativo? ¡Otro gran error! ¡Si alguna vez hiciéramos carne tu verbo, cuando nos pones a prueba, otro mundo sería este! “No desearás a la mujer de tu prójimo” ¡Y me consta que Francisca era en buena ley, de mi inseparable amigo Matías! Pero el deseo es el peor de los corruptores, y sin deberla ni temerla, el pobre Matías fue víctima de mi ira, por poco y lo mato en un duelo del que no tenía ni la menor idea de la causa, y encima de eso le arrebaté a su mujer, justificado en leyes de usos y costumbres forjados por la barbarie. Me avergüenzo y me arrepiento de esos comportamientos inmorales y contrarios a tu palabra, y te agradezco Señor, que me hayas permitido participar como protagonista en la construcción de esta Nación, ya que la bala que me liberó del suplicio, al mismo tiempo detonó la liberación de un pueblo oprimido.
Humildemente te entrego mi alma para hacerse una contigo.
José María Teclo Morelos y Pavón
22 de diciembre de 1815.