Entérese: La agencia AFP difunde la noticia que de acuerdo con una investigación alemana publicada el mes pasado en Estados Unidos, todo parece indicar que “los hombres que dedican demasiado tiempo a ver pornografía en internet parecen tener menos materia gris en ciertas partes del cerebro y registran una reducción de su actividad cerebral.”
«Hemos encontrado un importante vínculo negativo entre el acto de ver pornografía durante varias horas a la semana y el volumen de materia gris en el lóbulo derecho del cerebro», dice la nota.
No está a mi alcance el protocolo bajo el cual se conduce dicha investigación y me asalta la duda. Me pregunto: ¿acaso el género femenino no gusta de ver pornografía? ¿O será que esta afición sólo afecta al género masculino?, ¿los efectos que al parecer producen en el cerebro serán en efecto producto de ver pornografía?, ¿No podrían atribuirse tan nocivos efectos al magnetismo o la radiación que pudiese emitir emite el procesador? –ya ven los graves efectos que sobre la salud que se le atribuyen al uso de teléfonos celulares, sin contar accidentes viales, inodoros fracturados o tapados que también se les atribuyen a esos adminículos que ahora igual se llevan al excusado que al comedor.
Si decide usted seguir leyendo esto, le diré que la referida “información científica” no parece considerar algunas variables de esa relación causa-efecto, que me siento tentado a sugerirles, digo: ¿no podría ser un efecto inverso? Qué les parece: “los hombre que tienen menos materia gris en ciertas partes del cerebro y (que) registran una reducción en su actividad cerebral tienden a dedicar mayor número de horas a ver pornografía en internet”. Pudiese ser.
Argumentan los investigadores berlineses del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, que dicha “afición” afecta la actividad de la corteza pre frontal. Según escriben los investigadores: “Estos efectos podrían incluir cambios en la plasticidad neuronal resultante de intensa estimulación del centro del placer», añade el estudio, publicado en línea en la revista “, Psychiatry” de la Asociación Médica Americana.
Como soy lego en la asignatura me pregunto si dichas alteraciones pudieran tener alguna relación con las extrañas conductas de destacadas personalidades del espectáculo y alguno que otro político a quienes califican o se autocalifican de “bipolares” y que gustan de filmarse en prácticas sexuales y que luego son publicadas en internet como material pornográfico. Bueno, reitero que soy ignorante en temas neurofisiológicos y –según mi psiquiatra- también en temas de la psique.
Bien, no vaya usted a pensar que los científicos berlineses no han querido hacer las cosas como se debe. Vea, el estudio se realizó con 64 hombres saludables de entre 21 y 45 años, quienes previamente respondieron un cuestionario de cuyas respuestas se obtuvo el dato de que dedicaban un promedio de cuatro horas a la semana a ver vídeos pornográficos… También se les practicaron tomografías cerebrales MRI, para medir el “volumen del cerebro y observar cómo reaccionaba éste a las imágenes pornográficas.” Y, asómbrese usted, en la mayoría de los casos, cuando más pornografía veía los sujetos, más disminuía el cuerpo estriado del cerebro, una pequeña estructura nerviosa justo debajo de la corteza cerebral.
Ante tan contundentes “datos duros”, una última reflexión. Veamos, si los voluntarios que se prestaron como conejillos de indias ven en promedio cuatro de las 168 horas que hacen la semana, esto implica dedicar, nada más y nada menos que el 2.3% de su tiempo, dicho de otra manera ¿de
veras dedicar a ese “entretenimiento” menos de media hora a la semana en promedio produce tanto estrago cerebral?. Ahora bien, considerando que su universo de investigación comprende 64 hombres de entre 21 y 45 años, saludables -sea lo que este adjetivo signifique para los investigadores-, ¿estarán éstos convencidos de que su muestra es representativa?, a más de considerar que a decir de otros científicos el apetito sexual empieza declinar entre los 30 y 35 años (tampoco tengo el protocolo de investigación de quienes lo afirman), pero si dicen que es un hecho científico, pues lo diremos.
En fin, no sé usted, pero me sigue pareciendo más probable que a tal tipo de voyeristas les salgan apéndices capilares (pilosidades) en la mano a que por ello se les seque el cerebro. De cualquier modo, si a usted le interesa el estudio científico –serio, digo yo-, del erotismo, permítame sugerirle que se acerque a las obras de la Sra. Helen E. Fisher, Bióloga y antropóloga norteamericana experta en la materia.
J Isabel Salazar Martínez.